Traducir este Blog

Busca en este Blog

miércoles, 15 de febrero de 2012

El Dios Triuno, recopilación de notas de Elena de White


Las citas son de manuscritos originales de Elena de White , Escuela Sabática 2012, 1er trimestre.
Estas citas confirman la existencia del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.

El Dios triuno


Sábado 31 de diciembre

Durante la época del pueblo judío, la influencia del Espíritu de Dios se había visto de una manera señalada, pero no en forma plena. Por siglos se habían elevado oraciones pidiendo el cumplimiento de la promesa divina de impartir su Espíritu, y ninguna de esas fervientes súplicas había sido olvidada.

Cristo determinó que cuando él ascendiera de esta tierra, concedería un don a los que habían creído en él y a los que creyeran en él. ¿Qué don suficientemente precioso podía él conceder para destacar y honrar su ascensión al trono de mediación? Debía ser digno de su grandeza y su realeza. Cristo determinó dar como su representante a la tercera Persona de la Deidad. Ese don no podría ser igualado. Daría todos sus dones en uno, y por lo tanto su dádiva sería el Espíritu divino, ese poder transformador, iluminador y santificador. Y si por siglos había sido restringido, vendría ahora con la plenitud de su poder para ser derramado sobre la iglesia (Signs of the Times, 1º de diciembre, 1898; parcialmente en, Comentario bíblico adventista, tomo 6, pp. 1052, 1053).

Los que salen del mundo en espíritu y en todas sus prácticas, pueden considerarse como hijos e hijas de Dios; pueden creer en la Palabra del Señor como un niño cree cada palabra de sus padres. Para el que cree, toda promesa es segura. Los que se unen con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, que demuestran con su vida que no siguen más el camino que seguían antes de que se unieran con estos agentes divinos, recibirán la sabiduría de lo alto; no dependerán de la sabiduría humana. Los cristianos, como miembros de la familia real e hijos del Rey celestial, para tratar correctamente con el mundo deben sentir la necesidad de un poder que solo se origina en los instrumentos celestiales que se han comprometido a trabajar en favor de ellos.

Después de que hemos formado una unión con el gran triple poder, consideraremos nuestro deber para con los miembros de la familia de Dios con un temor reverente, mucho más sagrado que el que hemos sentido antes. Este es un aspecto de la reforma religiosa que muy pocos aprecian. Los que procuran contestar la oración, "hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra", mediante vidas puras y santificadas buscarán mostrar al mundo cómo se cumple la voluntad de Dios en el cielo (Comentario bíblico adventista, tomo 6, pp. 1101, 1102). Domingo 1 de enero:
La unicidad de Dios

Los hijos de Israel habían sido separados de la idolatría para que llegaran a ser depositarios de una verdad sagrada y viviente: el conocimiento del único Dios verdadero. Mediante revelaciones divinas ilustradas por símbolos y ceremonias, debían conocer al Dios verdadero hasta que esos símbolos se encontraran con la realidad en la muerte de Cristo. Tanto su vida pública como privada giraba en derredor de una religión revelada. La ley de Dios, dada por Cristo mismo, especificaba de tal manera los deberes públicos, privados y sociales, que nadie necesitaba errar. Un único Dios, el Creador de los cielos y la tierra, fue nombrado en el cuarto mandamiento, y su voluntad debía llegar a ser la voluntad de ellos. Los que adoraran al único Dios verdadero serían fortalecidos con poder moral y desarrollarían caracteres fuertes y simétricos. En cambio aquellos que adoraran otros dioses se degradarían más y más porque esa adoración exaltaba las pasiones humanas y aprobaba los vicios en sus servicios religiosos.

La religión de Israel provenía de la luz viviente del cielo, la que reflejaba sus rayos en todos los caminos y senderos de la vida. Fueron enseñados a adorar únicamente al Señor, a obedecer su santa ley, y a guiarse por sus principios tanto en la vida privada como en la pública. Sus servicios religiosos anticipaban un servicio mejor: el del que habría de venir. Sus corazones anhelaban la gran realidad de la aparición del Mesías predicha en las profecías (Signs of the Times, 12 de agosto, 1889).

Lunes 2 de enero:
La divinidad de Cristo

¡Cuán agradecidos debiéramos estar de que Cristo tomó sobre sí la naturaleza humana y estuvo sujeto a la tentación como lo estamos nosotros! Sin embargo, aunque se hizo humano, también era divino; todos los atributos del Padre también eran los suyos; su divinidad estaba revestida de humanidad. Aunque era el Creador de los cielos y la tierra, se cansaba como se cansan los seres humanos y debía buscar descanso de sus continuas labores que lo presionaban. Aquel que había hecho el océano y controlaba las aguas de las profundidades; que había abierto las vertientes y manantiales de la tierra, sintió la necesidad de descansar y beber junto al pozo de Jacob y le pidió agua a una mujer samaritana (Review and Herald, 19 de mayo, 1896).

La naturaleza humana del Hijo de María, ¿se cambió con la naturaleza divina del Hijo de Dios? No; las dos naturalezas se combinaron misteriosamente en una persona: El Hombre Cristo Jesús. Lo humano no ocupó el lugar de lo divino, ni lo divino de lo humano. La divinidad no fue degradada en humanidad; la divinidad mantuvo su lugar (Comentario bíblico adventista, tomo 5, p. 895).
Al contemplar la encarnación de Cristo en la humanidad, quedamos atónitos frente a un misterio insondable que la mente humana no puede comprender. Mientras más reflexionamos acerca de él, más extraordinario nos parece. ¡Cuán vasto es el contraste entre la divinidad de Cristo y el impotente bebecito del pesebre de Belén! ¿Cómo se puede medir la diferencia que hay entre el Dios todopoderoso y un niño impotente? Sin embargo el Creador de los mundos, Aquel en quien moraba la plenitud de la Deidad corporalmente, se manifestó en el desvalido bebé del pesebre. ¡Incomparablemente más elevado que todos los ángeles, igual al Padre en dignidad y gloria, y sin embargo vestido con la ropa de la humanidad! La divinidad y la humanidad se hallaban combinadas misteriosamente, y el hombre y Dios fueron uno solo. En esta unión es donde encontramos la esperanza de la raza caída (Exaltad a Jesús, p. 69).

Cristo es nuestro dirigente. Al revestir su divinidad con la humanidad se humilló a sí mismo para poder estar personalmente al frente de la raza humana. Se desprendió de su corona real y de su elevada posición como comandante de los ángeles y se hizo pobre, para que mediante su pobreza y humillación los seres humanos pudieran llegar a ser ricos y herederos de un eterno peso de gloria. El Salvador vino a este mundo humildemente y vivió como un hombre entre los hombres. La divinidad debía tocar la humanidad en todo, menos en pecar. Al vivir como un ser humano respondió afirmativamente a la pregunta: ¿Puede un ser humano guardar la ley de Dios? Fue tentado en todo, pero sin pecado. Lo hizo para que pudiera socorrer a los que son tentados. "Despreciado y desechado entre los hombres, varón de dolores, experimentado en quebranto... Ciertamente llevó él nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores; y nosotros le tuvimos por azotado, por herido de Dios y abatido. Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados" (Isaías 53:3-5). Se dio a sí mismo al mundo como un maestro espiritual y un verdadero médico misionero (Review and Herald, 7 de enero, 1904).


Martes 3 de enero:
El Espíritu Santo

Necesitamos comprender que el Espíritu Santo, que es una persona así como Dios es persona, anda en estos terrenos [Extracto de un discurso dado a los alumnos del Colegio de Avondale, Australia].

El Espíritu Santo es una persona, porque testifica en nuestros espíritus que somos hijos de Dios. Cuando se da este testimonio lleva consigo su propia evidencia. En esas ocasiones creemos y estamos seguros de que somos los hijos de Dios...

El Espíritu Santo tiene una personalidad, de lo contrario no podría dar testimonio a nuestros espíritus y con nuestros espíritus de que somos hijos de Dios. Debe ser una persona divina, además, porque en caso contrario no podría escudriñar los secretos que están ocultos en la mente de Dios. "Porque ¿quién de los hombres sabe las cosas del hombre, sino el espíritu del hombre que está en él? Así tampoco nadie conoció las cosas de Dios, sino el Espíritu de Dios" (1 Corintios 2:11) (El evangelismo, p. 447, 448).

El Consolador es llamado el "Espíritu de verdad". Su obra consiste en definir y mantener la verdad. Primero mora en el corazón como el Espíritu de verdad, y así llega a ser el Consolador. Hay consuelo y paz en la verdad, pero no se puede hallar verdadera paz ni consuelo en la mentira. Por medio de falsas teorías y tradiciones es como Satanás obtiene su poder sobre la mente. Induciendo a los hombres a adoptar normas falsas, tuerce el carácter. Por medio de las Escrituras, el Espíritu Santo habla a la mente y graba la verdad en el corazón. Así expone el error, y lo expulsa del alma. Por el Espíritu de verdad, obrando por la Palabra de Dios, es como Cristo subyuga a sí mismo a sus escogidos.

Al describir a sus discípulos la obra y el cargo del Espíritu Santo, Jesús trató de inspirarles el gozo y la esperanza que alentaba su propio corazón. Se regocijaba por la ayuda abundante que había provisto para su iglesia. El Espíritu Santo era el más elevado de todos los dones que podía solicitar de su Padre para la exaltación de su pueblo. El Espíritu iba a ser dado como agente regenerador, y sin esto el sacrificio de Cristo habría sido inútil. El poder del mal se había estado fortaleciendo durante siglos, y la sumisión de los hombres a este cautiverio satánico era asombrosa. El pecado podía ser resistido y vencido únicamente por la poderosa intervención de la tercera persona de la Divinidad, que iba a venir no con energía modificada, sino en la plenitud del poder divino. El Espíritu es el que hace eficaz lo que ha sido realizado por el Redentor del mundo. Por el Espíritu es purificado el corazón. Por el Espíritu llega a ser el creyente participe de la naturaleza divina. Cristo ha dado su Espíritu como poder divino para vencer todas las tendencias hacia el mal, hereditarias y cultivadas, y para grabar su propio carácter en su iglesia (El Deseado de todas las gentes, pp. 624, 625).
Miércoles 4 de enero:
En unidad e igualdad

El amor de Dios fue el tema de Cristo cuando hablaba de su misión y de su obra. "Por eso me ama el Padre, porque yo pongo mi vida, para volverla a tomar" (Juan 10:17). Mi Padre te ama a ti con un amor tan ilimitado que me ama a mí más porque he dado mi vida para redimirte; te ama a ti y me ama a mí, porque te amo y doy mi vida por ti. "Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros" (Juan 13:34). Bien entendieron los discípulos ese amor cuando vieron a su Salvador que sufría vergüenza, reproches, desconfianzas y traición; cuando vieron su agonía en el jardín y su muerte en la cruz del Calvario. Este es un amor cuya profundidad nadie puede sondear. A medida que los discípulos lo comprendieron, a medida que su percepción se aferró de la compasión divina, comprendieron que hay un sentido en el cual los sufrimientos del Hijo fueron los sufrimientos del Padre; comprendieron que desde la eternidad ha habido completa unidad entre el Padre y el Hijo. Eran dos, pero eran idénticos; dos en individualidad, pero uno es espíritu, en corazón y en carácter.

Cuando el Redentor consintió en tomar la copa de amargura a fin de salvar a los pecadores, su capacidad de sufrir fue la única limitación para sus sufrimientos. Pero su humillación como ser humano no afectó en ninguna manera su identidad con el Padre. Mientras caminaba en esta tierra como un siervo, aún pudo decir: "Yo y el Padre uno somos" (Juan 10:30) (The Youth's Instructor, 16 de diciembre, 1897; parcialmente en A fin de conocerle, p. 71).

El Consolador que Cristo prometió enviar después de su ascensión al cielo es el Espíritu en toda la plenitud de la Deidad, que pone de manifiesto el poder de la gracia divina a todos los que reciben a Cristo y creen en él como un Salvador personal. Hay tres personas vivientes en el trío celestial; en el nombre de esos tres grandes poderes: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, son bautizados los que reciben a Cristo por medio de una fe viviente, y esos poderes cooperarán con los obedientes súbditos del cielo en sus esfuerzos por vivir una nueva vida en Cristo (En lugares celestiales, p. 336).

Cristo no buscó ser considerado grande entre los hombres aunque era la Majestad del cielo, igual en dignidad y gloria con el Dios infinito. Era Dios manifestado en la carne. ¡Qué reproche para aquellos que se exaltan a sí mismos buscando ser grandes entre los hombres! El era un varón de dolores, experimentado en quebranto ¡Maravillaos, oh cielos! ¡Asómbrate, oh tierra! La divina naturaleza de Cristo no fue transformada en una naturaleza humana, ni la naturaleza humana del Hijo del Hombre fue cambiada en naturaleza divina, sino que fueron misteriosamente combinadas en el Salvador de los seres humanos. No era el Padre, pero en él moraba toda la plenitud de la divinidad corporalmente. Y él invita a los sufrientes diciéndoles: "Venid a mí, todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas; porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga" (Mateo 11:28-30) (Manuscript Releases, tomo 6, pp. 112, 113).


Jueves 5 de enero:
La Trinidad y la salvación

El Espíritu Santo exalta y glorifica al Salvador. Es su oficio presentar a Cristo, la pureza de su justicia y la gran salvación que tenemos por él. Jesús dice: El "tomará de lo mío, y os lo anunciará" (Juan 16:14). El Espíritu de verdad es el único maestro eficaz de la verdad divina. ¡Cuánto no estimará Dios a la raza humana, siendo que dio a su Hijo para que muriese por ella y manda su Espíritu para que sea el maestro y continuo guía del hombre! (El camino a Cristo, p. 91).

Cristo estuvo con Dios en la obra de la creación. Era uno con Dios, igual al Eterno... Solo él, el Creador del hombre, podía ser su Salvador... Nadie sino Cristo podía redimir al hombre de la maldición de la ley....Cristo se propuso llegar hasta los abismos de la degradación y del dolor del hombre y restaurar al alma arrepentida y creyente a la armonía con Dios. Cristo, el Cordero muerto desde la fundación del mundo, se ofreció como sacrificio y sustituto para los caídos hijos de Adán.

Por medio de la creación y de la redención, por medio de la naturaleza y de Cristo, se revelan las glorias del carácter divino. Por el maravilloso despliegue de su amor al dar a "su Hijo unigénito"... se revela el carácter de Dios a las inteligencias del universo. Por medio de Cristo, nuestro Padre celestial es conocido como el Dios de amor (A fin de conocerle, p. 20).
Cristo dijo acerca del Espíritu: "Él me glorificará" (Juan 16:14). Así como Cristo glorificó al Padre por la demostración de su amor, así el Espíritu habría de glorificar a Cristo revelando al mundo las riquezas de su gracia. La misma imagen de Dios debe ser reproducida en la humanidad. El honor de Dios, el honor de Cristo, está implicado en la perfección del carácter de su pueblo...

El Espíritu obra en nosotros trayendo a menudo a la mente y en forma vivida las preciosas verdades del plan de redención. Olvidaríamos esas verdades y las ricas promesas de Dios perderían para nosotros su eficacia, si no fuera por el Espíritu, que toma las cosas de Dios y nos las muestra... El Espíritu ilumina nuestras tinieblas, informa nuestra ignorancia, y nos ayuda en nuestras múltiples necesidades. Pero la mente debe buscar a Dios en forma constante. Si se permite que la mundanalidad entre en ella, si no tenemos deseos de orar, ni deseos de estar en comunión con él, quien es la fuente de la fortaleza y la sabiduría, el Espíritu no permanecerá en nosotros. Los incrédulos no reciben la rica dotación de gracia que los haría sabios para la salvación, pacientes, perdonadores, rápidos para recibir y apreciar las ministraciones celestiales, prontos en discernir las trampas de Satanás, y fuertes para resistir el pecado (Nuestra elevada vocación, p. 156).

Antes que los discípulos pasen el umbral, debe imprimirse el sagrado nombre, bautizando a los creyentes en el nombre de los tres poderes del mundo celestial. La mente humana se impresiona con esta ceremonia, que es el comienzo de la vida cristiana. Significa mucho. La obra de la salvación no es un asunto pequeño, sino tan vasto que las más elevadas autoridades aprenden por la fe expresada por el instrumento humano. La eterna Deidad, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, está involucrada en la acción requerida para dar seguridad al instrumento humano y unir a todo el cielo para que contribuya al ejercicio de las facultades humanas, a fin de alcanzar la plenitud de los tres poderes para unirlos en la gran obra designada. Uniendo los poderes celestiales con los humanos, los hombres pueden llegar a ser, por medio de la eficacia celestial, partícipes de la naturaleza divina y obreros juntamente con Cristo (Alza tus ojos, p. 146).
La Deidad se llenó de compasión por la raza caída, y el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo se dedicaron a llevar a cabo el plan de redención (Atlantic Union College Record, 1º de abril, 1901).
La salvación de los seres humanos es una vasta empresa que requiere la dedicación de todas las agencias divinas. El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo se han comprometido a hacer más que vencedores a los hijos de Dios por medio de aquel que los amó. El Señor es paciente con nosotros "no queriendo que ninguno perezca"; ha provisto el poder para capacitarnos a fin de ser vencedores (Pacific Union Recorder, 5 de enero, 1905).

Material provisto por ESCUELA SABATICA 1er TRIMESTRE 2012

No hay comentarios:

Páginas Destacadas

Archivo del blog