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domingo, 10 de junio de 2012

El dinero sucio salpica al Vaticano y escándalo cuestionan la credibilidad Moral de la iglesia

Durante los últimos meses al frente del banco del Vaticano, el economista Ettore Gotti Tedeschi, de 67 años, vivió temiendo que alguno de los hombres fuertes de la Iglesia, con birrete o sin él, diesen la orden de matarlo. Por si eso llegaba a suceder, construyó con paciencia de filatélico un voluminoso informe que su secretaria tendría que entregar tras su muerte a dos amigos suyos, un abogado y un periodista, para que ellos a su vez lo hicieran llegar a un tercer amigo: el Papa. Contenía el informe multitud de documentos —correos electrónicos, fotocopias de su agenda, apuntes a mano— que servirían para entender por qué Gotti Tedeschi fracasó en su misión de adecentar el Instituto para las Obras de Religión (IOR). El economista sospechaba que detrás de algunas de las cuentas cifradas del banco se ocultaba el dinero sucio de empresarios, políticos y hasta de jefes de la Mafia. Como sucede a veces en las películas, antes del asesino llegó la policía y se incautó del informe. Ahora es el Vaticano el que tiene miedo.
No se trata de un miedo abstracto, no es temor de Dios. Es pánico verdadero a que Gotti Tedeschi, o la policía, o los fiscales, o tal vez los periodistas, saquen a la luz alguno de los documentos contenidos en el informe reservado o en los 47 archivadores que los Carabinieri —por orden de los fiscales de Nápoles y Roma— se llevaron de su casa. No es otra cosa que temor, aunque disfrazado de amenaza, lo que rezuma un comunicado hecho público por la sala de prensa del Vaticano el viernes por la tarde. El primer párrafo advierte: “La Santa Sede ha recibido con sorpresa y preocupación los recientes sucesos en los que está involucrado el profesor Gotti Tedeschi. Pone la máxima confianza en la autoridad judicial italiana para que las prerrogativas soberanas reconocidas a la Santa Sede por la normativa internacional sean respetadas adecuadamente”. El segundo párrafo amenaza: “La Santa Sede (…) está examinando con el mayor cuidado la eventual lesividad de las circunstancias”. La traducción al román paladino es bien clara: saquen sus manos de nuestros asuntos o todos ustedes —Gotti Tedeschi, policía, fiscales e incluso periodistas— se las tendrán que ver con nosotros en los tribunales.
El escándalo del Vaticano aumenta de nivel vertiginosamente. Las primeras noticias de que intramuros se libraba una guerra de poder muy poco piadosa entre sectores de la Curia llegaron a principios de año con la filtración de documentos secretos que hablaban, entre otros asuntos, de un exótico complot para eliminar al Papa y de la defenestración de monseñor Carlo María Viganò —el encargado de licitaciones y abastecimientos— tras denunciar diversos casos de corrupción. La fuga de documentos desembocó en la detención, el 25 de mayo, de Paolo Gabriele, el mayordomo del Papa, acusado de robar y filtrar cajas enteras de la correspondencia papal. Aquel golpe mediático —con sus adornos de cuervos infieles, laicas consagradas y un apuesto secretario papal que inspiró la colección de Donatella Versace en 2007— a punto estuvo de eclipsar un hecho capital acontecido un día antes: la destitución fulminante por “pérdida de confianza” del hasta ese momento presidente del IOR, Ettore Gotti Tedeschi, destacado miembro del Opus Dei y amigo de Joseph Ratzinger, a quien incluso había ayudado a redactar una encíclica. Sin embargo, aquel no fue un despido cualquiera. Los consejeros del IOR, recuerda el vaticanista Andrea Tornielli, dedicaron al propio Gotti Tedeschi un “documento durísimo, que lo demolía moral y profesionalmente al dar a entender que estaba involucrado en la fuga de documentos de los cuervos vaticanos”. No se trataba, por tanto, de deshacerse del amigo de Benedicto XVI. Se trataba de destruirlo.
La razón de tanta saña tal vez esté en los documentos encontrados el martes en su casa de Piacenza y en su despacho de Milán. Gotti Tedeschi señala en su informe: “Todo comenzó cuando pedí información sobre las cuentas que no pertenecían a religiosos”. Según varios medios italianos, durante su permanencia al frente del banco del Vaticano, al que llegó en 2009, fue descubriendo que, tras algunas cuentas cifradas, se escondía dinero sucio de “políticos, intermediarios, constructores y altos funcionarios del Estado”. Pero no solo. Como sostiene la fiscalía de Trapani (Sicilia), también Matteo Messina Denaro, el nuevo jefe de jefes de la Cosa Nostra, tendría su fortuna puesta a buen recaudo en el IOR a través de hombres de paja. Dicen que fue entonces cuando Gotti Tedeschi, quien se había tomado el encargo del Papa como una auténtica misión, empezó a tener miedo. Un miedo que lo llevó a procurarse una escolta y a elaborar, folio a folio, un expediente que solo vería la luz si era asesinado.
Pero la policía llegó primero. Y junto a los folios con correos electrónicos, fotocopias de la agenda y apuntes a mano, encontró dos listas de nombres. En una sin mucho interés figuran quienes Gotti Tedeschi considera amigos —el abogado, un periodista del Corriere della Sera, el mismísimo Pontífice —- y en la otra, más interesante, sus enemigos excelentes. Aquellos que, la tarde del 23 de mayo, escribieron una carta al secretario de Estado del Vaticano, cardenal Tarcisio Bertone, exigiéndole el despido del banquero de Dios porque “su cada vez más excéntrico comportamiento personal ya no es tolerable”. Se trataba de devolverle, a modo de bumerán, su propia acusación y achacarle ausencias injustificadas, falta de transparencia… La petición triunfó. Gotti fue despedido sin honra ni honor.
Pero, por si fracasaba aquella estrategia, los enemigos de Gotti Tedeschi ya tenían preparada una segunda. Habían encargado a un “psicoterapeuta e hipnoterapeuta” con licencia para trabajar en el Vaticano una especie de informe en el que, además de “egocéntrico y narcisista”, se acusaba al banquero de estar desequilibrado, de creerse víctima de una conspiración judeo-masónica. No hay quien gane en crueldad a los hombres de Dios cuando juegan a suplantar al diablo. Dice la policía que cuando, en la soledad de su casa, Gotti Tedeschi fue redactando su informe secreto temía verdaderamente por su vida. Tenía miedo a que sus enemigos intentasen aún una tercera y definitiva estrategia. Por eso, cuando el capitán de los Carabinieri le informó de que iba a proceder a un registro, el amigo del Papa respondió con alivio: “¡Ah!, creí que veníais a pegarme un tiro”.

http://internacional.elpais.com/internacional/2012/06/09/actualidad/1339266336_555030.html 

El escándalo vaticano

El mayor problema de las filtraciones en el Vaticano es que cuestionan la credibilidad moral de la Iglesia como institución.

Un profundo malestar ha ganado espacio en la Santa Sede. Los artículos periodísticos que desde hace varios días dan cuenta de filtraciones de documentos y correspondencia reservada y secreta dirigida al Papa, han creado la impresión de que dentro de los muros vaticanos se están librando oscuras batallas de poder entre grupos relacionados con algunos cardenales. Los más informados vaticanistas tienden a creer que el arresto del mayordomo Paolo Gabriele sólo haya puesto en serios aprietos a una figura menor del "complot" y necesariamente usado por personajes de la más alta influencia en la curia de Roma.
¿Qué es lo que está en juego en este caso? Conviene distinguir en principio esta fuga de noticias, que desprestigian la secular reserva y eficiencia de la diplomacia vaticana, de la situación económico financiera del Instituto para las Obras de Religión, cuyo ex presidente, Ettore Gotti Tedeschi, habría manifestado que incluso temía por su vida, después de ser destituido el 24 de mayo pasado. El enfrentamiento del banquero con el actual secretario de Estado, el cardenal salesiano Tarcisio Bertone, agrega sombras sobre el hombre que ocupa el segundo cargo de la Santa Sede. En rigor, nadie acusa a Bertone de operaciones delictivas, pero muchos observadores coinciden en señalar que no tiene la preparación política e intelectual para tan alto y delicado cargo. En efecto, se trata de un hombre de confianza de Benedicto XVI, acaso enérgico en sus decisiones y poco experto en tareas diplomáticas, hacia quien apuntan con malicia las denuncias y muchos trascendidos periodísticos. No parecerían estar ajenos a ello algunos miembros de la vieja guardia romana, activos en los tiempos de Juan Pablo II. El experimentado jesuita Federico Lombardi, vocero papal, de buen trato con el ámbito periodístico, parece ya no saber cómo justificar tanto ruido sin complicar aún más las cosas.
Ahora se espera que la justicia vaticana avance con los interrogatorios al hasta ahora único culpable y pueda echar algo de luz entre tanta confusión.
El mayor problema en este caso está relacionado con la credibilidad moral de la Iglesia como institución. La fuerza del mensaje cristiano debe apoyarse en el testimonio evangélico y no en la lógica mundana del poder. Ya el mismo Joseph Ratzinger en el Via Crucis anterior a su elección había denunciado con tristeza la "suciedad" presente en el centro de la catolicidad.
Una primera consideración, más allá del futuro de las investigaciones, guarda relación con el ejercicio mismo de la autoridad en la Iglesia y sus formas de gobierno. ¿Puede un papa ser elegido y gobernar a una edad en la que la mayoría de las personas está alejada de cargos ejecutivos? ¿Y puede seguir siendo el papado una suerte de monarquía absoluta que debe reinar sobre el orbe? Aquí vuelven a surgir temas del Concilio Vaticano II y del pensamiento de Pablo VI, lamentablemente olvidados después, como la colegialidad y la relación privilegiada que deberían tener los obispos de todo el mundo con el sucesor de Pedro en la conducción de la Iglesia, sin las excesivas injerencias de una curia romana sobredimensionada, que alimenta muchas veces la burocracia, la mediocridad y la lucha por la carrera eclesiástica..

http://www.lanacion.com.ar/1480550-el-escandalo-vaticano 





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