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viernes, 12 de noviembre de 2010

El Diluvio y La Ciencia



En Los días de Noé pesaba sobre la tierra una doble maldición, como consecuencia de la transgresión de Adán y del asesinato cometido por Caín. No obstante esta circunstancia, la faz de la naturaleza no había cambiado mucho. Había señales evidentes de decadencia, pero la tierra todavía era bella y rica con los regalos de la providencia de Dios. Las colinas estaban coronadas de majestuosos árboles que sostenían los sarmientos cargados del fruto de la vid. Las vastas planicies que semejaban jardines estaban vestidas de suave verdor y endulzadas con la fragancia de miles de flores. Los frutos de la tierra eran de una gran variedad y de una abundancia casi ilimitada. Los árboles superaban en tamaño, belleza y perfecta simetría, a los más hermosos del presente; la madera era de magnífica fibra y de dura substancia, muy parecida a la piedra, y apenas un poco menos durable que ésta. Además, abundaban el oro, la plata y las piedras preciosas. El linaje humano aun conservaba mucho de su vigor original. Sólo pocas generaciones habían pasado desde que Adán había tenido acceso al árbol que había de prolongar la vida; y la unidad de la existencia del hombre era todavía el siglo.

Si aquellas personas dotadas de longevidad hubieran dedicado al servicio de Dios sus excepcionales facultades para hacer planes y ejecutarlos, habrían hecho del nombre de su Creador un motivo de alabanza en la tierra, y habrían cumplido el motivo por el cual él les dio la vida. Pero dejaron de hacerlo. Había muchos gigantes, hombres de gran estatura y fuerza, renombrados por su sabiduría, hábiles para proyectar las más sutiles y maravillosas obras; pero la culpa en que incurrieron al dar rienda suelta a la iniquidad fue proporcional a su pericia y habilidad mentales. Dios otorgó ricos y variados dones a estos antediluvianos; pero los usaron para glorificarse a sí mismos, y los trocaron en maldición poniendo sus afectos en ellos más bien que en Aquel que se los había dado.

Emplearon el oro y la plata, las piedras preciosas y las maderas selectas, en la construcción de mansiones para si y trataron de superarse unos a otros en el embellecimiento de sus moradas con las más hábiles obras del ingenio humano. Sólo procuraban satisfacer los deseos de sus orgullosos corazones, y se aturdían en escenas de placer y perversidad. No deseando conservar a Dios en su memoria, no tardaron en negar su existencia. Adoraban a la naturaleza en lugar de rendir culto al Dios de la naturaleza. Glorificaban al ingenio humano, adoraban las obras de sus propias manos, y enseñaban a sus hijos a postrarse ante imágenes esculpidas. Construyeron altares a sus ídolos en los verdes campos y bajo la sombra de hermosos árboles. Bosques extensos, que conservaban su follaje siempre verde, eran dedicados al culto de dioses falsos. A estos bosques estaban unidos bellos jardines, con largas y sinuosas avenidas adornadas de árboles cargados de frutos, y de toda clase de estatuas; todo lo cual estaba provisto de cuanto podía agradar a los sentidos y fomentar los voluptuosos deseos del pueblo, y así inducirlo a participar del culto idólatra. Los hombres eliminaron a Dios de su mente, y adoraron las creaciones de su propia imaginación; y como consecuencia, se degradaron más y más.

El salmista describe el efecto producido por la adoración de ídolos sobre quienes la practican. "Como ellos son los que los hacen; cualquiera que en ellos confía." (Sal. 115:8.) Es una ley del espíritu humano que nos hacemos semejantes a lo que contemplamos. El hombre no se elevará más allá de sus conceptos acerca de la verdad, la pureza y la santidad. Si el espíritu no sube nunca más arriba que el nivel humano, si no se eleva mediante la fe para comprender la sabiduría y el amor infinitos, el hombre irá hundiéndose cada vez más. Los adoradores de falsos dioses revestían a sus deidades de cualidades y pasiones humanas, y rebajaban así sus normas de carácter a la semejanza de la humanidad pecaminosa.

Como resultado lógico se corrompieron. "Y vio Jehová que la malicia de los hombres era mucha en la tierra, y que todo designio de los pensamientos del corazón de ellos era de continuo solamente el mal. . . . Y corrompióse la tierra delante de Dios, y estaba la tierra llena de violencia." (Gén. 6:5, 11.) Dios había dado a los hombres sus mandamientos como norma de vida, pero su ley fue quebrantada, y como resultado cometieron todos los pecados concebibles. La impiedad de los hombres fue manifiesta y osada, la justicia fue pisoteada en el polvo, y las lamentaciones de los oprimidos ascendieron hasta el cielo. La poligamia había sido introducida desde temprano, contra la divina voluntad manifestada en el principio. El Señor dio a Adán una mujer, revelando así su órdenes. Pero después de la caída, los hombres prefirieron seguir sus deseos pecaminosos: y como resultado, aumentaron rápidamente los delitos y la desgracia.
No se respetaba el vínculo matrimonial ni los derechos de propiedad. Cualquiera que codiciaba las mujeres o los bienes de su prójimo, los tomaba por la fuerza, y los hombres se regocijaban en sus hechos de violencia. Gozaban matando los animales; y el consumo de la carne como alimento los volvía aún más crueles y sedientos de sangre, hasta que llegaron a considerar la vida humana con sorprendente indiferencia.

El mundo estaba en su infancia; no obstante, la iniquidad del género humano se había hecho tan profunda y general que Dios no pudo soportarla más; y dijo: "Raeré los hombres que he creado de sobre la faz de la tierra." (Vers 7; véase el Apéndice, nota 1.) Declaró que su Espíritu no contendería para siempre con la humanidad culpable. Si los hombres no cesaban de manchar el mundo y sus ricos tesoros con sus pecados, los borraría de su creación, y destruiría las cosas que con tanta delicia les había brindado; arrebataría las bestias de los campos, y la vegetación que les suministraba abundante abastecimiento de alimentos, y transformaría la bella tierra en un vasto panorama de desolación y ruina.

En medio de la corrupción reinante, Matusalén, Noé y muchos más, trabajaron para conservar el conocimiento del verdadero Dios y para detener la ola del mal. Ciento veinte años antes del diluvio, el Señor, mediante un santo ángel, comunicó a Noé su propósito, y le ordenó que construyese un arca. Mientras la construía, había de predicar que Dios iba a traer sobre la tierra un diluvio para destruir a los impíos, Los que creyesen en el mensaje, y se preparasen para ese acontecimiento mediante el arrepentimiento y la reforma, obtendrían perdón y serían salvos. Enoc habla repetido a sus hijos lo que Dios le habla manifestado tocante al diluvio, y Matusalén y sus hijos, que alcanzaron a oír las prédicas de Noé, le ayudaron en la construcción del arca.

Dios dio a Noé las dimensiones exactas del arca, y explícitas instrucciones acerca de todos los detalles de su construcción. La sabiduría humana no podría haber ideado una estructura de tanta solidez y durabilidad. Dios fue el diseñador, y Noé el maestro constructor. Se construyó como el casco de un barco, para que pudiese flotar en el agua, pero en ciertos aspectos se parecía más a una casa. Tenía tres pisos, con sólo una puerta en un costado. La luz entraba por la parte superior, y las distintas secciones estaban arregladas de tal manera que todas recibían luz. En la construcción del arca se empleó madera de ciprés, que duraría cientos de años. La construcción de esta estructura fue un proceso lento y trabajoso. A pesar de la gran fuerza que poseían los hombres de aquel entonces, debido al gran tamaño de los árboles y la naturaleza de la madera, se necesitaba mucho más tiempo que ahora para prepararla.

Se hizo todo lo humanamente posible para que la obra resultase perfecta; sin embargo, el arca de por sí no hubiera podido soportar la tempestad que había de venir sobre la tierra. Sólo Dios podía guardar a sus siervos de las aguas borrascosas. "Por la fe Noé, habiendo recibido respuesta de cosas que aun no se veían, con temor aparejó el arca en que su casa se salvase: por la cual fe condenó al mundo, y fue hecho heredero de la justicia que es por la fe." (Heb. 11:7.) Mientras Noé daba al mundo su mensaje de amonestación, sus obras demostraban su sinceridad. Así se perfeccionó y manifestó su fe. Dio al mundo el ejemplo de creer exactamente lo que Dios dice.

Todo lo que poseía lo invirtió en el arca. Cuando empezó a construir aquel inmenso barco en tierra seca, multitudes vinieron de todos los rumbos a ver aquella extraña escena, y a oír las palabras serias y fervientes de aquel singular predicador. Cada martillazo dado en la construcción del arca era un testimonio para la gente. Al principio, pareció que muchos recibirían la advertencia; sin embargo, no se volvieron a Dios con verdadero arrepentimiento. No quisieron renunciar a sus pecados.

Durante el tiempo que precedió al diluvio, su fe fue probada, pero ellos no resistieron esa prueba. Vencidos por la incredulidad reinante, se unieron a sus antiguos camaradas para rechazar el solemne mensaje. Algunos estaban profundamente convencidos, y hubieran atendido la amonestación; pero eran tantos los que se mofaban y los ridiculizaban, que terminaron por participar del mismo espíritu, resistieron a las invitaciones de la misericordia, y pronto se hallaron entre los más atrevidos e insolentes burladores; pues nadie es tan desenfrenado ni se hunde tanto en el pecado como los que una vez conocieron la luz, pero resistieron al Espíritu que convence de pecado. No todos los hombres de aquella generación eran idólatras en el sentido estricto de la palabra. Muchos profesaban ser adoradores de Dios. Alegaban que sus ídolos eran imágenes de la Deidad, y que por su medio el pueblo podía formarse una concepción más clara del Ser divino.

Libro "Patriarcas y Profetas" EGW

EEE

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