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sábado, 14 de agosto de 2010

La Santificación es el resultado de la Verdadera Obediencia


El que dice que permanece en él, debe andar como él anduvo.
(1 S. Juan 2: 6.)


Juan fue maestro de santidad, y en sus cartas a la iglesia trazó infalibles reglas de conducta para los cristianos. "Y todo aquel que tiene esta esperanza en él -escribió-, se purifica a sí mismo, así como él es puro" (1 S. Juan 3: 3) . . .

Enseñó que el cristiano debe ser puro de corazón y vida. Nunca debe satisfacerse con una vana profesión de fe. Así como Dios es santo en su esfera, el hombre caído, por fe en Cristo, debe ser santo en la suya. . .

La santificación de los miembros de la iglesia es el propósito de Dios en todo su trato con su pueblo. Los eligió desde la eternidad para que fueran santos. Dio a su Hijo para que muriera por ellos, para que fuesen santificados por la obediencia a la verdad, despojados de todas las mezquindades del yo. Requiere de ellos una obra personal, una entrega individual.
Dios puede ser honrado por los que profesan creer en El únicamente cuando se conforman a su imagen y son dirigidos por su Espíritu. Entonces, como testigos del Salvador, pueden dar a conocer lo que la gracia divina ha hecho por ellos.

La verdadera santificación es consecuencia de la aplicación del principio del amor. "Dios es amor; y el que permanece en amor, permanece en Dios, y Dios en él" (1 S. Juan 4: 16).

La vida de aquel en cuyo corazón habita Cristo revelará una piedad práctica. El carácter será purificado, elevado, ennoblecido y glorificado. La doctrina pura se combinará con las obras de justicia, y los preceptos celestiales con las costumbres santas . . .

Es la fragancia del amor hacia nuestros semejantes lo que revela nuestro amor a Dios. Es la paciencia en el servicio lo que le da descanso al alma. El bienestar de Israel se promueve mediante trabajo humilde, diligente y fiel, Dios sostiene y fortalece al que desea seguir en la senda de Cristo.
La santificación no es. . . el resultado de un feliz arrebato sentimental, sino de morir constantemente al pecado y vivir cada momento para Cristo. No se pueden corregir los males ni producir reformas en el carácter por medio de esfuerzos débiles e intermitentes. Solamente venceremos mediante prolongado y perseverante esfuerzo, penosa disciplina y duro conflicto.
No sabemos hoy cuán intenso será nuestro conflicto mañana.
Mientras reine Satanás, tendremos que subyugar el yo y vencer los pecados que nos asedian; mientras dure la vida, no habrá un momento de descanso, ni lugar al cual podamos llegar y decir: lo logré plenamente. La santificación es el resultado de una vida de obediencia.
-Los hechos de los apóstoles, págs. 461-463. 74

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